En 1968, un domingo como hoy, escribía en su diario
Sor Mª Teresa:
Hoy dominica del Buen Pastor, día mundial de oración por las
vocaciones y día de retiro.
He recibido de Jesús una luz especial acerca de mi misión como
contemplativa en la Iglesia.
Pensaba en la gran necesidad que tiene la humanidad de apóstoles
ardientes, de misioneros generosos, de educadores abnegados, para hacer conocer
y amar a Jesús y comunicar su Evangelio al mundo que cada vez se aleja más de
Él.
Comprendí entonces que mi propia vocación es escogidísima y no
necesita de mucho número para cumplir su misión, sino más bien de almas santas
y verdaderamente contemplativas.
En efecto: un solo hombre contemplativo, Moisés, en el monte era
suficiente para sostener el esfuerzo y el valor de miles de valientes soldados,
de todo el pueblo de Dios que se batía en dura lucha contra los enemigos; y un
solo hombre con los brazos levantados era capaz de alcanzarlos la victoria. ¡Un
solo hombre para sostener miles y miles!
¡Cómo debe de estimularme este pensamiento para no dejar caer mis
brazos jamás! Pueden depender de mí solamente, personalmente el celo de miles
de misioneros, el ministerio sacerdotal de miles de sacerdotes, la labor
educadora de miles de religiosas, almas todas que permanecerán en su puesto y
cumplirán con su misión en tanto en cuanto yo permanezca despierta y atenta
ante el trono de Dios fiel a la mía, orando y sacrificándome por las almas.
Sentí grandísimos deseos de extender por toda la tierra el reino de Cristo y le
ofrecí todo el amor ardiente de mi corazón para que lo derramase sobre los
hombres.
¡Oh, qué dilección, qué ternura de amor supone en Jesús la elección
de un alma consagrada! Para ella son sus más regaladas confidencias, sus más
delicados mensajes, sus mejores carismas, su confianza y su amor. Cerca de
Jesús no se extraña de la incomprensión del mundo ni de sus desprecios, ni de
su odio, pues todo esto se lo tiene anunciado ya el Divino Maestro.
Unirá su inmolación diaria a la de Aquél que la ha escogido y con
su fracaso y muerte salvará y dará la
vida al mundo.
¡Eternas paradojas del Evangelio!
¡Oh Jesús! ¡Que nada pueda ya estorbar mi unión contigo! Quiero ser
tu cooperadora fiel en la salvación de las almas permaneciendo aquí, junto a tu
Sagrario, guardiana fidelísima de tu Eucaristía, entregada por entero a tu
amor, testigo de tu presencia en el mundo: ¡quiero ser también y sobre todo tu “cielo
de reposo” donde descanse complacido tu Corazón!