domingo, 31 de mayo de 2020

DÍA DE PENTECOSTÉS




¡Oh Divino Espíritu, que eres el AMOR! Durante toda la novena te he invocado insistentemente porque tengo una necesidad apremiante de Ti. Hoy es el culmen. En este día grande, dedicado a tu recuerdo y culto, en este día en que nació la Iglesia mi Madre, propagadora de todo lo bueno, de la gran y Buena Noticia de Jesús, te pido que Jesús sea conocido y amado por el mundo entero.
Y a  mí dame lo más sabroso y dulce, lo más deseable que Tú comunicas a las almas: tus frutos, aquellos que hacen dichosos a quienes los poseen, a los cuales Jesús canonizó en el Monte. ¡Quiero ser llamada por Él bienaventurada! Para ello:
Revísteme de tu caridad, de ese amor que supera toda dificultad y egoísmo.
Dame tu paz, la paz del corazón que es silencio interior de toda apetencia que no seas Tú.
Dame la longanimidad que a todo llega y es generosa en toda circunstancia.
Dame la benignidad que es comprensión y benevolencia para con todos.
Aviva mi fe y hazla eficaz en mi vida para que sea verdaderamente ferviente y entregada a tu Amor.
Hazme continente, moderada en todos los gustos para que no me dominen las pasiones que puedan apartarme de Ti.
Dame el gozo que se deriva de tu servicio y amor. Haz brillar siempre en mi vida esta estrella luminosa de tu santa alegría que supera todo dolor.
Dame la paciencia, que es capacidad de sufrimiento para que soporte con entereza de ánimo las tribulaciones y trabajos de la vida.
Dame la bondad. ¡Qué  flor tan delicada y bella! La bondad que es un gran atributo tuyo, Dios mío; ponla en mi corazón y haz que florezca en mi vida para bien de los que me rodean.
Hazme gustar la bienaventuranza de los mansos, mansedumbre que  saber dominar toda ira y toda violencia.
Dame la modestia en todos mis sentidos para que no me seduzca ningún atractivo del mundo.
Abrillanta mi castidad, mi virginidad consagrada a Jesús, como una azucena de blancura inmaculada y con amor enardecido como fuego.
Con este ramillete de tus frutos yo sería santa verdaderamente. ¡Tengo sed de santidad! ¡Ayúdame oh Espíritu Santificador! ¡Sáciame…!

domingo, 24 de mayo de 2020

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN


11 de Mayo de 1972



Día luminoso y lleno de alegría. Cristo sube a los cielos entre cantos de júbilo, todo es en Él luz y hermosura: luz en sus ojos, en cuya mirada amorosa envuelve la tierra; luz en sus manos, que bendicen y derraman toda dádiva divina con infinita generosidad. Yo he experimentado tus larguezas en este día, ¡Oh Jesús amadísimo! Has sido conmigo espléndido y dulce, más de lo que se puede decir.
Un día como hoy, (30 de Mayo de 1935) me diste tu primer beso eucarístico y aunque no permitiste que quedara en mi alma ningún recuerdo espiritual de ese dichoso día, la dejaste, sin duda, marcada con el sello de tu predilección. ¡Gracias!
Otro día como hoy (7 de Mayo de 1948), me hiciste otro inmenso regalo: después de la Comunión, fuertemente conmovida por tu presencia, escuché por primera vez tu llamada a la virginidad, para que mi corazón fuera solo tuyo y para siempre.
Esta íntima confidencia tuya de mi vocación dejó en mi alma una dulzura imborrable que jamás he podido olvidar y siempre he recordado con honda emoción. Cada año te doy gracias en este día por esta gracia y recordándola he querido hoy pedirte otra semejante, cuyo deseo me has inspirado con insistencia. Esta ha sido mi petición mientras mi alma se inundaba de dulzura: ¡Oh Jesús! Lleva mi desposorio de amor a su último grado y haz que permanezca hasta la eternidad. Que nadie pueda destruirla jamás y que a través de todas las vicisitudes de mi vida, Tú cuides de que este lazo se haga cada vez más estrecho e irrompible.
Al suplicarte esta gracia, mientras descansabas en mi corazón, puse por testigos de este contrato de amor a mi Madre, la Virgen Santísima y a mi Ángel bendito. Sentí que todo mi ser se inundaba de inexplicable dulzura y tuve la íntima persuasión de ser escuchada; por eso mi gozo no puede expresarse. Mis lágrimas te han hablado de agradecimiento y de amor inconmensurable y he quedado anonada bajo el peso de tanta gracia y de tanto amor. ¡Te amo!

viernes, 1 de mayo de 2020

MI OFRENDA AL AMOR




       Iniciamos una andadura con este blog para dar a conocer la vida espiritual de Sor Mª Teresa de la Inmaculada, una hermana Clarisa fallecida en 2017, en el Convento de la Santa Cruz de León: UNA VIDA SATURADA DE AMOR.

Comenzamos con su Ofrenda al Amor que ella misma escribió en el año 1961 y que muestra su ardorosa entrega a su Esposo Jesús y su inquietud porque los jóvenes le conozcan, le amen y le sigan radicalmente.












Oh Jesús,  Centro adorado de mi corazón y alegría única de mi vida.   
   Envuelta en el manto de mi Madre, la Virgen, quiero renovar en tu presencia el total ofrecimiento de mi ser y de mi vida al servicio de tu amor.
¡Recíbeme íntegramente! Y al hacerte Dueño absoluto de todo cuanto soy y cuanto puedo, estoy dispuesta a aceptar de tu mano divina, con espíritu de amor tanto las penas como las alegrías que te dignes enviarme, pudiendo disponer de mí según tu beneplácito divino, porque quiero ver solamente con tus ojos y tener un solo querer contigo.
Me arrojo por tanto con ilimitada confianza en tus brazos amorosos, con la seguridad de que en mis posibles desalientos y caídas, ellos me han de sostener con infinita piedad y me han de comunicar la fortaleza necesaria para superar toda aflicción y no ser jamás infiel a esta mi consagración al Amor.
Te confío asimismo todos los sucesos de mi vida: mis preocupaciones, mis alegrías, mis derrotas, mis pesadumbres y mis inquietudes todas, y descanso en Ti sin temores, porque en tus manos ha quedado mi suerte y toda mi vida saturada de Amor.
¡Oh Jesús amadísimo! Escucha ahora la súplica vehemente que me brota del fondo del alma: ¡Transfórmame en Ti! ¡Identifícame Contigo! Quiero quedar envuelta en los incendios de tu amor infinito, tu Espíritu Santo, para que amándote inconmensurablemente quede para siempre convertida en una verdadera víctima de tu amor agradable al Padre. Y cuando llegue para mí el momento de partida de este mundo a la eternidad, suaviza con tu presencia mi inmolación y que sea el mismo amor el que me arrebate la vida.
Dame, oh Jesús, que a cambio de esta mi vida y entrega al Amor, pueda salvarte almas. Dame  un sin número de almas selectas que atraídas por el hechizo de un ideal perfecto, que eres Tú mismo,  a Ti se entreguen con todo el ardor de su corazón y en Ti perseveren creciendo en tu amor hasta la muerte.
   Concédeme, por último, que purificada mi alma con este fuego divino, lavada con tu Sangre preciosísima pueda volar inmediatamente después del destierro, sin demora alguna, a tus brazos de Esposo, donde en el éxtasis supremo de tu beso de amor cante eternamente tus misericordias por los siglos de los siglos. Amén.

 Sor Mª Teresa de la Inmaculada Reyero, o.s.c. (†)