¡Oh Divino Espíritu, que eres el AMOR! Durante toda la
novena te he invocado insistentemente porque tengo una necesidad apremiante de Ti.
Hoy es el culmen. En este día grande, dedicado a tu recuerdo y culto, en este
día en que nació la Iglesia mi Madre, propagadora de todo lo bueno, de la gran
y Buena Noticia de Jesús, te pido que Jesús sea conocido y amado por el mundo
entero.
Y a mí dame lo
más sabroso y dulce, lo más deseable que Tú comunicas a las almas: tus frutos,
aquellos que hacen dichosos a quienes los poseen, a los cuales Jesús canonizó
en el Monte. ¡Quiero ser llamada por Él bienaventurada! Para ello:
Revísteme de tu caridad, de ese amor que supera
toda dificultad y egoísmo.
Dame tu paz, la paz del corazón que es silencio
interior de toda apetencia que no seas Tú.
Dame la longanimidad que a todo llega y es
generosa en toda circunstancia.
Dame la benignidad que es comprensión y
benevolencia para con todos.
Aviva mi fe y hazla eficaz en mi vida para que sea
verdaderamente ferviente y entregada a tu Amor.
Hazme continente, moderada en todos los gustos
para que no me dominen las pasiones que puedan apartarme de Ti.
Dame el gozo que se deriva de tu servicio y
amor. Haz brillar siempre en mi vida esta estrella luminosa de tu santa alegría
que supera todo dolor.
Dame la paciencia, que es capacidad de
sufrimiento para que soporte con entereza de ánimo las tribulaciones y trabajos
de la vida.
Dame la bondad. ¡Qué flor tan delicada y bella! La bondad que es un
gran atributo tuyo, Dios mío; ponla en mi corazón y haz que florezca en mi vida
para bien de los que me rodean.
Hazme gustar la bienaventuranza
de los mansos, mansedumbre que saber
dominar toda ira y toda violencia.
Dame la modestia en todos mis sentidos para que
no me seduzca ningún atractivo del mundo.
Abrillanta mi castidad, mi virginidad consagrada
a Jesús, como una azucena de blancura inmaculada y con amor enardecido como
fuego.
Con este ramillete de tus frutos yo sería santa
verdaderamente. ¡Tengo sed de santidad! ¡Ayúdame oh Espíritu Santificador! ¡Sáciame…!