VOCACIÓN

     En esta página queremos dar pistas sobre la vocación, la vocación a la Vida contemplativa, y en concreto a la Vida contemplativa como Hermana pobre de Santa Clara, con pensamientos, testimonios, cantos, oraciones, etc. sin olvidar lo que dijo Jesús a sus discípulos: 

               "No sois vosotros los que me habéis elegido, soy Yo quien os he elegido"

y la pregunta de San Francisco al Cristo de San Damián: 

                                           "Señor, ¿qué quieres que haga?

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Con motivo de la Jornada mundial de oración por las vocaciones, queremos compartir con vosotr@s este canto con el lema de la jornada ¿Para quién soy yo?

 

 

 


 

La norma primera y fundamental de la Hermana Pobre de Santa Clara es seguir e imitar la vida de nuestro Señor Jesucristo como se propone en el Evangelio.

Para vivir según el Santo Evangelio,  Sor Mª Teresa nos deja unas pistas para este seguimiento que ella dedicaba a las jóvenes que acompañaba, y os queremos hacer partícipes de toda esta riqueza espiritual.

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA. FIN DE TU VIDA

“Lo más importante para orientar bien la vida es saber que tiene un sentido y que se dirige a un fin glorioso.

El fin de la vida religiosa es la glorificación del Señor mediante la propia santificación.

¡Santificante! Es pues, tu ideal, un ideal luminoso y bellísimo.

¿Cómo? Jesús te enseña esta ciencia de la santidad con su ejemplo y con su doctrina: toda ella se resume en el amor. Amar: he ahí el sentido de tu vida.

1º amor a Dios con todo el corazón y 2º amor al prójimo por Dios.

Este doble amor exige abnegación y sacrificio, pero cuando se ha conquistado plenamente, se ha llegado a la santidad y entonces el gozo y la paz se han establecido para siempre en el alma.

Tú, que has seguido los consejos de Jesús para avanzar más rápida por ese camino de santidad, haciéndote pobre, permaneciendo virgen y siendo obediente por amor a Jesús, ahora es preciso que vivas según el espíritu del mismo Jesús, que El dejó dibujado en sus “bienaventuranzas”.

“Bienaventurados los pobres de espíritu”

Los desafortunados, los maltratados por la suerte, aquellos a quienes el mundo desecha como hez de la sociedad porque no poseen bienes de este mundo, los que viven en la estrechez y en la indigencia: estos son los aristócratas del Reino de los cielos, por eso ¡felices!

“Bienaventurados los mansos”

Los que tienen dominadas las pasiones, los que a fuerza de luchar han logrado instalar en su corazón un lago tranquilo que no lo alteran ni las burlas ni los desprecios ni los tratos insolentes de los hombres. ¡Felices!, porque pertenecéis al Reino del Amor.

“Bienaventurados los que lloran”

Los que sufren por cualquier tribulación y unen su dolor al de Cristo ¡bienaventuradas las lágrimas que se derraman por la Pasión de Jesús y las que corren con suavidad y dulzura al impulso del divino amor!

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”

Los que viven con anhelos de superación, que no les basta con el camino trillado y mediocre, sino que su tensión espiritual los lanza hacia la altura.

“Bienaventurados los misericordiosos”

Los que se compadecen de las miserias ajenas los que son sensibles a la desgracia y tratan de aliviar a su semejante.

“Bienaventurados los limpios de corazón”

Los sinceros, los trasparentes, los que no contristan a Dios con el pecado, en los cuales se recrea la mirada de Jesús.

“Bienaventurados los pacíficos”

Porque hay concordia en su vida con Dios y con los hombres. Esta paz la poseen los que aman a Dios, los humildes y los desprendidos.

“Bienaventurados los que padecen persecución”

En esta última estupenda bienaventuranza, comprendió Jesús todo su sublime sermón. Los seguidores de Jesús han sido, son y serán perseguidos hasta el fin de los siglos.

 

S. Pablo lo atestigua: “Cuantos quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución”.

He aquí todo un programa maravilloso de perfección altísima. Si logras conquistar este espíritu, serás bienaventurada, serás luz del mundo y sal de la tierra, serás como una ciudad edificada sobre un monte, a la cual todos pueden mirar, porque pertenecerás al Reino y serás verdadera hija de Dios.

Los que tienen estos rasgos son los seguidores de Jesús, lo que quieren vivir en las avanzadas del amor. Es preciso pues que conozcas todo su mensaje que puede resumirse, además en los siguientes puntos:

                             

“No penséis que he venido a abolir la ley: No he venido a abolirla, sino a perfeccionarla”    (Mt  5,17)

Esto quiere decir que la ley es algo muy importante, que no se puede dejar de cumplir, pero en este cumplimiento tiene que haber, sobre todo, espíritu interior. Hay que llevarla escrita en el corazón como un sello, como algo muy querido por ser precepto del Señor y la manifestación exterior de que estamos unidos a Él con vínculos de amor. “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando”. Es la exigencia indispensable para permanecer en el amor de Jesús: “Permaneceréis en mi amor si cumplís mis preceptos”.

Teniendo esto en cuenta, queda muy lejos de ello, todo ritualismo sin alma. No se cumple la ley como algo que obliga externamente y se acepta con alegría porque a ello mueve el amor. Para demostrarle a Jesús que le amas ten estima de todo lo que Él te manda y trata de cumplirlo con exactitud porque Él lo quiere,  para darle gusto.

Todo esto puede aplicarse a todas las leyes y a las prescripciones de las Reglas, que deben siempre cumplirse con este espíritu interior y a la vez con la libertad de los hijos de Dios, que no se atan a formulismos externos, sino que hacen en todo lo que agrada al Padre Celestial.


“Si vas a presentar tu ofrenda sobre el altar y te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda…y vete primero a reconciliarte con tu hermano”.  (Mt 5, 23-24)

Jesús proclama la convivencia pacífica entre los hombres y condena aún las palabras ofensivas e hirientes que se pronuncien contra el hermano. Esta es una de tantas veces como el Señor enseña la ley de la caridad.

Es esta tan importante que Jesús la antepone al culto. Es preciso acercarse al altar sin ninguna discordia, sin ningún resentimiento. El Señor no recibe nuestras ofrendas si no se las presentamos con un corazón pacificado en el que no haya lugar para el rencor.

Basada en esta enseñanza de Jesús nuestra Regla prescribe pedir perdón cuando “surgiere motivo de turbación o escándalo entre hermanas”. Si alguna vez te sucede algo de esto no dejes de poner en práctica este precioso consejo evangélico: pide humildemente perdón y tu alma rebosará de paz.

 

“No hagáis resistencia al agravio”  (Mt  5,39)

Jesús enseña una moral elevadísima. Él mismo dio ejemplo en su vida y cumplió con toda perfección lo que aquí nos impone: devolver bien por mal.

Nada hay tan difícil a la naturaleza humana como sobrellevar los agravios y las injurias con paciencia y humildad: y, sin embargo, si queremos ser fieles seguidores de Cristo es necesario llegar a esto. Lo necesario es hacer desaparecer todo espíritu de venganza y todo resquicio de odio hacia los hermanos, aunque nos hayan ofendido mucho. Es más: Jesús sigue diciendo: 

 


“Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”    

(Mt 5,44)

El ejemplo admirable de Jesús y su gracia especial de fortaleza nos ayudará a cumplir este precepto tan costoso.

Jesús fue el hombre más perseguido y más odiado, hasta el punto de ser llevado a la cruz solo por odio. Pero venció al odio con amor y en la cruz oró con lágrimas por sus enemigos. Todos los santos han seguido este ejemplo del Señor y también nosotras debemos seguirlo.

Si alguna vez te sientes humillada, incomprendida, despreciada y hasta perseguida, no te dejes llevar del enfado o del desaliento: cultiva el espíritu interior de mansedumbre y sufre con entereza, que es muy grande la recompensa que te aguarda en los cielos.

“Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5, 48)

Esta es la exigencia cumbre del Señor de la Montaña. Relaciona el Señor estas palabras con el amor a los enemigos. Quiere decir que si se llega al sentimiento interior del amor a quien nos quiere mal, se ha llegado a la perfección más alta, ya que ese sentimiento es de una grandeza sobrehumana, al que solo llega quien se ha identificado con Cristo. El alma identificada con Cristo piensa y sienta y juzga en todo como Cristo y ha llegado por ello a la más alta perfección.

Hay que aspirar a esto. Que tu unión con Jesús sea cada día más íntima y total y vaya dando a tu vida este gusto por todos sus criterios hasta hacerte en toda una sola cosa con El.

 

 

“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean” (Mt 6, 1)

Las buenas obras hay que hacerlas no para agradar a los hombres en primer término, sino para agradar a Dios. Y de este modo Él nos recompensará.

Jesús nos habla muchas veces del premio que tendrán nuestras buenas obras hechas por Dios, luego no es vituperable pensar en el premio, al contrario, es bueno y laudable.

Este pensamiento debe llenarte de felicidad porque el premio a que aspiras y en el que piensas con creciente deseo no es lo que al Señor te ha de dar, sino la posesión del Él mismo.

Piensa: ¡Oh! Poseer a Dios Padre, que será mío con toda su solicitud y ternura; poseer a Jesús, mi Amado, con toda su bondad y belleza infinita, mi obsesión, mi dulzura, mi gozo, mi paz, poseer y estar invadido del amor del Espíritu Santo y vivir de este amor eternamente… Esta es mi recompensa grande en demasía y la única que ansío y colmará mi corazón para siempre de felicidad. A Buscar esta recompensa sólo mueve el amor y el amor es lo más grande y hermoso que existe en el cielo y en la tierra.

Estas reflexiones deben despertar en ti una esperanza firme y luminosa que te haga vivir de amor mirando al cielo donde está tu Tesoro y donde un día estará tu corazón feliz por toda la eternidad.



“Cuando hubieres de orar ora en secreto, entra en tu aposento y cerrando la puerta ora en secreto a tu Padre…” (Mt 6, 6)

Jesús insiste en que el bien obrar debe hacerse con rectitud de intención, y hace referencia aquí a cuatro obras buenas: la limosna, la oración, el perdón de las ofensas y el ayuno: (Mt. 6,2-18).

Sobre la oración nos enseña Jesús un método muy sencillo. Lo primero que quiere es persuadirnos  de que Dios es Padre. A un Padre se le respeta, pero sobre todo se le ama y se confía plenamente en él.

Siendo así, la oración privada es de absoluta necesidad para el alma que se siente atraída por su Padre Celestial y necesita manifestarle en secreto todas sus preocupaciones, alegrías, penas, inquietudes etc. Un diálogo confiado y amoroso del hijo con su Padre: o bien con el esposo o con el mejor de los Amigos, fusión de dos corazones que se aman: eso es sencillamente la oración.

Piensa en esta sapientísima enseñanza de Jesús cuando te dispongas a hacer oración en la capilla. Ahora, ante el sagrario, tenemos la gran suerte de poder hablar con Jesús, nuestro adorable mediador, para que Él nos ponga en contacto con el Padre, o le transmita nuestros deseos. Aviva la fe y habla con Jesús con sosiego y con paz. Ni tampoco se necesitan muchas palabras, pues el Señor lee el interior del corazón. Basta con abrirle ese interior y permanecer así ante El en silencio.

 

Mas Jesús, que desea enseñaros con todo el detalle la manera de orar, compone una fórmula de oración maravillosa, la mejor que se haya dictado jamás:

“Padre nuestro que estás en los cielos…” (Mt 6, 9-13)

Ten presente esta fórmula y estímala como una joya de inapreciable valor. Brotó en los labios y del Corazón de Jesús desbordante de caridad infinita. Tenla presente sobre todo cuando te encuentres seca y fría en la oración. Repite entonces con humildad las palabras que Jesús nos enseñó. Pide sinceramente, atentamente todo eso que se expresa en esas palabras y habrás hecho una oración maravillosa, porque habrás pedido todo cuanto mejor y más grato a los ojos de Dios se puede pedir: la glorificación del Señor, la implantación de su reino en la tierra, reino de verdad y vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y paz.

¡Oh! Si viniera a nosotros este reino feliz, habríamos arreglado todos los problemas del mundo. Se pide también el cumplimiento de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios fue la norma suprema de la conducta de Jesús y ella ha sido igualmente la de todos sus seguidores. En el cielo se hace siempre la voluntad de Dios y Jesús quiere que nos entrenemos en cumplirla ya en la tierra, pues esto es lo único que nos santificará.

Esfuérzate por conformarte en todo con la divina voluntad, aun cuando a veces te contraríe. Esfuérzate por amarla y aceptarla a pesar de todo. La fe te dice que lo que Dios quiere para ti es lo único bueno y mucho mejor que lo que tú misma quisieras hacer o realizar. Déjate guiar por el Señor que sabrá conducirte al fin deseado y glorioso.

Tampoco olvides Jesús las cosas materiales que necesitamos, pero nos enseña a pedirlas sin inquietud:

“El pan nuestro de cada día dánosle hoy”

Quiere el Señor que pidamos con una confianza ilimitada sabiendo que cada día tendremos con seguridad nuestro pan. Pero teniendo en cuenta las palabras del Señor de que no sólo de pan vive el hombre, podemos tener la certeza de que, al pedir el pan, Jesús hacer referencia también al Pan sobre sustancial, al pan del alma de la Eucaristía.

Pide tú con gran deseo este divino pan que fortalece, sustenta y deleita. Pan suavísimo de ángeles del cual hay que tener siempre hambre. Fortalece y llena de vigor en las luchas del destierro; sustenta y repara las energías perdidas. Y así poder seguir avanzando en el amor; deleita y llena de alegría con su inefable dulzura.

Sobre el altar está ese pan que es ciertamente nuestro porque para nosotros ha sido preparado. Para ti en particular se quedó ahí. Pensando en ti, que no podrías tener vida espiritual sin ese alimento se quedó en esta forma de manjar, de pan para ser comido y unirse a ti de la manera más íntima posible.

Fíjate con qué ansias debes desear unirte así a tu Amado. El hambre y la sed de comulgar aumentan extraordinariamente el amor. Prepárate a la Comunión de cada día con esta petición que haces de una manera oficial en el Padre de la Misa.

Y ahora continúa tus peticiones, las que te enseña Jesús. Y Jesús te dice que si quieres ser perdonada debes perdonar y tú misma se lo pides así al Señor. ¡Qué importancia le da el Señor a la concordia y caridad para con las hermanas! Nuestra conciencia de pecadores nos debe hacer comprensivos e indulgentes con los demás: nosotros necesitamos el perdón de Dios y Dios ha condicionado esta gracia, al perdón que otorguemos nosotros a los demás.

Las últimas suplicas se refieren a las tentaciones y a todos los males, tantos como nos acechan y tenemos que soportar en el destierro.

Como ves, toda la oración es de riquísimo contenido. Rézala siempre conscientemente y con fervor.

                                     

                                      (Continuará)

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