domingo, 14 de febrero de 2021

14 de Febrero

 



Aquel día el Buen Maestro

proyectaba decidido

una gran misión, muy amplia

por los poblados perdidos.

   Iba, pues, con sus discípulos

y gente que le seguía,

por comarca montañosa

retirada en lejanía

a llevar la gran noticia

de la nueva profecía.

   La luz de Dios irrumpía

en la mañana naciente,

y aunque fueran solitarios

los parajes elocuentes,

la paz que Jesús llevaba,

se palpaba en el ambiente.

   Mas a lo lejos se escuchan

como inciertos alaridos,

unos esquilones rotos

impresionantes gemidos.

   Salían de las cavernas,

porque tenían vedados

los senderos y caminos

por los hombres transitados.

   Y de repente surgió

una escuálida figura

entre harapos y miseria,

imagen de desventura.

Y se plantó en el camino

por donde Jesús pasaba,

con el fin de que le viera

mientras él le suplicaba.

   Con voz triste, entrecortada

se dirigió hacia el Señor

y le dijo con confianza

y a la vez con gran fervor:

   -¡Señor! Señor! Si tú quieres,

puedes limpiarme enseguida;

yo sé que vienes de Dios

y haces el bien sin medida.

   La gente, presa de espanto

se retiraba asustada.

-¡Un leproso! ¡Maldición!

¡en medio de la calzada!

   Pero Jesús les sosiega

 y les calma: ¡No temáis!

¡No sufriréis ningún daño!

Basta con que ahora creáis.

   Y dirigiéndose al hombre

tan lleno de desventura,

-¡Quiero, hijo! ¡Queda limpio!

Le dijo con gran dulzura.

   Y de pronto aquella carne

leprosa, lacia y sangrante

se volvió limpia y rosada,

tersa en aquel mismo instante.

   Postrado en tierra aquel hombre,

su alma llora conmovida

a los pies del bienhechor

que le ha devuelto la vida.

   - Vete y cumple con la ley.

Vuelve a tu casa contento,

y cree en quien te ha curado

con paz y agradecimiento.

   Jesús siguió su camino

en medio de la adhesión

del gentío que le sigue

con gozo y admiración.

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