16-1-1975
(Heb 3, 7-8)
“Si tú quieres, puedes limpiarme” (Mc 1, 40)
¡Oh Espíritu Santo! Estoy atenta para escuchar hoy tu voz, oh dulce inspirador mío, sin cuya ayuda no podría yo escribir ni una sola palabra. Quiero escuchar tu voz para que mi corazón no se endurezca, sino que persevere en la fe como en las mejores épocas de mi vida, cuando Tú, oh Jesús, brillabas para mi alma como un sol sin ocaso. Hoy sigo en la brecha sin desalentarme a pesar de que se me ha ocultado tu luz y ha quedado sin aliciente mi vida. Tú pondrás remedio a mi decepción y a mi hastío.
El leproso del evangelio es un ejemplo de fe viva y eficaz. Se presenta suplicante, con el martirio pintado en su rostro, los ojos apagados, el paso vacilante, la carne deshecha. Pero en sus labios trémulos ha florecido una esperanza: “Si tú quieres, puedes…” Confiesa que cree firmemente en la omnipotencia y en la bondad de Jesús, que no va a dejar sin consuelo una tan gran aflicción. Y Jesús lo cura inmediatamente. ¡Qué alegría al verse limpio, cambiado, lleno de vigor! No puede menos de publicarlo y ponderarlo por doquier. Y Jesús tiene que dejar que corra el río de su fama por todas las comarcas.
¡Oh Jesús! Yo quiero aprender de este hombre las virtudes de su oración confiada y sencilla. Cuando afloren a mis labios las súplicas vehementes, quiero saber poner en Ti toda mi esperanza.
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