viernes, 15 de enero de 2021

15 de Enero

 

17-1-1975 

“Hijo, tus pecados quedan perdonados” (Mc 2, 5)

       Jesús está de nuevo enseñando. El interés de su palabra y la fama de sus milagros han atraído a muchísima gente que llena en esta ocasión la casa, hasta el punto de no poder entrar en ella por ninguna parte.

            Pero el afán que tienen estos hombres y el mismo enfermo de presentarse ante Jesús les hace recurrir a medios insospechados.

            No se ahorran molestias, no les importa el trabajo y descubren el tejado para pasar por allí al paralítico. ¡Qué ingeniosa es la caridad!

          


 

       Allí está puesto ante los ojos de Jesús este pobre hombre. Jesús se fija en él con ternura y misericordia infinita, y a la vez, se complace en la gran acción de beneficencia y caridad que acaban de realizar con el enfermo sus amigos.

            Y queriendo hacerle el mayor bien posible le libra antes que de la parálisis material, de la parálisis espiritual, que le impedía el conocimiento de ser Bienhechor y el amor hacia el mismo: el pecado, que es el que priva al hombre de todo bien. “Hijo mío, perdonados quedan tus pecados”.

            Ante estas palabras de Jesús todos se quedan estupefactos. Sólo Dios puede perdonar pecados.

            ¡Oh Jesús! ¡Tú eres mi Dios y mi Señor! Gracias, por esa revelación tuya, por esta acción misericordiosa de perdonar nuestros pecados, devolviéndonos tu gracia y tu amor.

            Dame a mí la libertad espiritual, la agilidad constante en el ejercicio del amor, la actividad tensa, incansable hace esa meta adorada, hacia esa cumbre que es la unión íntima Contigo. Dame que camine ligera y llegue en rapidez a tus brazos divinos.

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